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CANDIDO,

mido la borrachera, compró los favores de la ramera que topó primero, y que se dió á él entre las ruinas de los desplomados edificios, y en mitad de los moribundos y los cadáveres, puesto que Panglós le tiraba de la casaca, diciéndole: Amigo, eso no es bien hecho, que es pecar contra la razon universal, porque ahora no es ocasion de holgarse. Por vida del Padre Eterno, respondió el otro, yo soy marinero, y nacido en Batavia; quatro veces he pisado el crucifixo en quatro viages que tengo hechos al Japon. Pues no vienes mal ahora con tu razon universal.

Candido, que la caida de unas piedras habia herido, tendido en el suelo en mitad de la calle, y cubierto de ruinas, clamaba á Panglós: ¡Ay! tráeme un poco de vino y aceyte, que me muero. Este temblor de tierra, respondió Panglós, no es cosa nueva: el mismo azote sufrió Lima años pasados; las mismas causas producen los mismos efectos; sin duda que hay una veta de azufre subterránea que va de Lisboa á Lima. Verosímil cosa es, dixo Candido; pero, por Dios, un poco de aceyte y vino. ¿Cómo verosímil? replicó el filósofo, pues yo sustentaré que está demostrada. Candido perdió el sentido, y Panglós le llevó un trago de agua de una fuente inmediata.

Habiendo hallado el siguiente dia algunos manjares metiéndose por entre los escombros, cobráron algunas fuerzas, y trabajáron luego, á exemplo de los demas, en alivio de los habi-