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porque estaba allí. Respondí al varon santo, que sin duda por mis pecados. Eso es, hijo mió: ¿pero por qué pecados? habladme sin rezelo. Por mas que me mataba, no atinaba, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me dió alguna luz. Acordéme al fin de mis imprudentes palabras, y no fuí condenado mas que á exercicios, la disciplina, y treinta mil reales de multa. Lleváronme á dar las gracias al inquisidor general, sugeto muy afable, que me preguntó que tal me habia parecido su fiesta. Rospondíle que era deliciosísima, y fui á dar priesa á mis compañeros á que saliésemos del pais, puesto que es tan ameno. Habian estos tenido lugar para informarse de todas las grandes proezas executadas por los Españoles en obsequio de la religion, y leido las memorias del célebre obispo de Chiapa, donde cuenta que degolláron, quemáron ó ahogáron unos diez millones de idólatras Americanos por convertirlos á nuestra santa fé. Bien creo que pondera algo el obispo; pero aunque se rebaxe la mitad de las víctimas, todavía queda acreditado un zelo portentoso.

Atormentábame sin cesar el ardor de viajar, y estaba resuelto á concluir mi peregrinacion de Europa por la Turquía. Encaminéme á esta, con firme propósito de no decir otra vez mi parecer acerca de las fiestas que viese. Estos Turcos, dixe á mis compañeros, son unos paganos que no han recibido el santo bautismo,