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JOSÉ RIZAL

Y repetía á cada nuevo forastero que se acercaba lo que ya mil veces había dicho.

—Sabéis lo que vamos á construir? Pues es una escuela, modelo en su género, como las de Alemania, mejor aun. El plano lo ha trazado el arquitecto y yo dirijo la obra. Sf, señor, ved: esto va á ser un palacio con dos alas; una para los niños y otra para las niñas. Aquí en medio un gran jardín con tres surtidores: en los costados arboledas, pequeñas huertas para que los chicos siembren y cultiven plantas en las horas de recreo. Las niñas tendrán jardín con bancos, columpios, alamedas para el juego de la comba, surtidores y pajareras. ¡Esto va á ser magnífico! Y nor Juan se frotaba las manos, pensando en la fama que iba á adquirir dirigiendo aquella gran obra.

A alguna distancia de allí se veían dos kioskos, unidos entre sí par una especie de emparrado cubierto de hojas de plátano.

El maestro de escuela con unos treinta muchachos tejían eoronas y sujetaban banderas á los delgados pilares de caña, cubiertos de lienzo blanco abollonado.

—Procurad que las letras estén bien escritas!

—decía á los que dibujaban inscripoiones;-va á venir el alcalde, asistirán muchos curas y quizás también el capitán general, que está en la provincia. Si ven que dibujáis bien oOs premiarán.

El proyecto de Ibarra de levantar una escuela había encontrado eco en casi todos. El cura había pedido apadrinar y bendecir él mismo la colocación de la primera piedra, ceremonia que tendría lagar el último día de la fiesta, siendo una de sus mayores solemnidades. El mismo coadjutor se había acercado tímidamente á Ibarra, ofreciéndole