polvo, se limpian los cristales y cuelgan de sus marcos ramilletes de flores.
En las calles, de trecho en trecho, se levantan caprichosos arcos de caña labrada de mil maneras, llamados sinkabán, rodeados de haluskús, cuya sola vista alegra el corazón de los muchachos. Alrededor del patio de la iglesia está el grande y costoso entoldado, sostenido por troncos de caña, para que pase la procesión. Debajo de éste corren los chicos, saltan y rompen las nuevas camisas que les han hecho para el día de la fiesta.
Allá en la plaza se ha levantado el tablado, escenario de caña, nipa y madera: allí dirá maravillas la comedia de Tondo, y competirá con los dioses en milagros inverosímiles; allí cantarán y bailarán Marianito, Chananay, Balbino, Ratia, Carvajal, Yeyeng, Liceria y otros.
El filipino gusta del teatro y asiste con pasión á las represen taciones dramáticas; oye silencioso el canto, admira el baile y la mímica; no silba, pero tampoco aplaude. No le gusta la representación? pues masca su buyo ó se marcha sin turbar á los otros que acaso se divierten. Sólo algunas veces aulla el bajo pueblo cuando los actores besan ó abrazan á las actrices, pero no pasa de ahí. En otro tiempo se representaban únicamente dramas; el poeta del pueblo componía una pieza en que necesariamente había de haber combates cada dos minutos y metamorfosis terroríficas. Pero desde que los artistas de Tondo se pusieron á pelear cada quince segundos é hicieron cosas más inverosímiles aún, mataron á sus colegas provincianos. El gobernadorcillo, que era muy aficionado al teatro, escogió, de acuerdo con el cura, la comedia. «El príncipe Villardo ó los cla vos arrancados de la infame cueva», pieza con magia y fuegos artificiales.