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JOSÉ RIZAL

-Todas mis canciones son tristes.

—No importa! No importa!-exclamaron todos.

No se hizo de rogar más, cogió el arpa, tocó un preludio y cantó con voz armoniosa y llena de sentimiento: Dulce es la muerte por la propia patria, donde es amigo euanto alumbra el eol.

Muerte es la briea para quien no tiene una patria, una madre y un amorl De repente se oyó un atronador estruendo; las mujeres lanzaron un grito y se taparon las orejas. Era el exseminarista Albino, que soplaba con toda la fuerza de sus pulmones en el cuerno de carabao, llamado tambuli. Volvieron la risa y la animación.

—Pero es que nos quieres dejas sordas, hereje?

—le gritó tia Isabel.

Señora!-contestó el exseminarista solemnemente.-He oído hablar de un pobre trompetero que allá en las orillas del Rhin por tocar una trompeta se casó con una noble y rica doncelia.

—Es verdad, el trompetero de Sackingen!- añadió Ibarra.

—¿Lo ois?-continuó Albino.-Pues yo quiero ver si tengo la misma suerte.

Y volvió á soplar aún con más bríos en el resonante cuerno, acercándolo á los oídos de las jóvenes. Las madres le hicieron callar al fin, á fuerza de chinelazos y pellizcos.

A pesar de que ya habían tendido la red en el encerradero ó bolsa, no salía ningún pez. Era el encerradero un espacio casi circular, de un metro de diámetro, dispuesto de manera que un hombre po-