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JOSÉ RIZAL

Santos. Paro los comentarios subieron de punto y fué grande el asombro cuando le vieron bajar de un coche delante de la casita de su futura y saludar cortésmente al rellgioso, que también se dirigía á ella.

Los vecinos ignoraban que Ibarra, después de serenarse y de reflexionar sobre lo que había hecho, habíase apresurado á presentar sus excusas al fraile.

Este lo recibió bené volamente, se hizo cargo del estado de ánimo del jo ven al encontrarse con él, y quedaron muy amigos.

María Clara y su prometido conversaban asomados á una ventana. Se dijeron mil ternezas y cambiaron mil protestas de amor. Ibarra ol vidaba todos sns pesares al lado de su amada.

—Mañana antes que raye el alba se cumplirá tu deseo. Esta noche lo dispondré todo para que nada falte.

—Entonces escribiré á mis amigas para que vengan. ¡Oye! ¡No quiero que venga el cura!

—Y ¿por qué?

—Porque parece que me vigila. Me hacen daño sus ojos handidos y sombríos; cuando los fija en mí, me dan miedo. Cuando me dirige la palabra, tiene una voz... me habla de cosas tan raras, tan incomprensibles... Mi amiga Sinang y Andeng, mi hermana de leche, dicen que está algo tocado porque no come, ni se baña y vive á obcuras. ¡Procura que no venga!

—No podemos menos de in vitarle. Las costumbres del país lo exigen. Además se ha portado conmigo con nobleza. Lo único que podré evitar es que nos acompañe en la banca[1].


  1. Embarcación construida con el tronco de un árbol.