-Va usted al convento á visitar al curita Moscamuerta? Si le ofrece chocolate, lo cual dudo! tenga usted cuidado. Si llama al criado y dice: Fulanito, haz una jícara de chocolate, ¿eh? entonces no tenga miedo, pero si dice: Fulanito, haz una jícara de chocolate, gah? entonces coja usted el sombrero y márchese corriendo.
—Por qué?-preguntaba espantado su interlocutor.-Acaso el fraile pega jicarazos?
—Hombre, tanto como eso no!
—Entonces?
—Chocolate, geh! significa espeso, y chocolate, zah? aguado.
Para hacer daño al fraile, prohibió el militar, aconsejado por su señora, que nadie se pasease por el pueblo después de las nueve de la noche. Doña Consolación pretendía haber visto do con camisa de piña y salakot de nito, pasearse á altas horas de la noche. Fray Salví se vengaba á su modo. Al ver entrar al alférez en la iglesia, mandaba disimuladamente al sacristán cerrar todas las puertas, se subía al púlpito y empezaba á predicar hasta que los santos cerraban los ojos y le pedían por favor que se callase.
El alférez, como todos los impenitentes, no por eso se corregía: salía jurando, y tan pronto como podía pillar á un sacristán ó á un criado del cura, le zurraba y le hacía fregar el suelo del cuartel y el de su propia casa. El sacristán, al ir á pagar la multa que el cura le imponía por su ausencia, exponía los motivos. Fray Salví le oía silencioso, guardaba el dinero y soltaba á sus cabras y carneros para que fuesen á pacer en el jardín del alférez, mientras buscaba un tema nuevo para otro sermón mucho más largo y edificante que los que había pronunciado anteriormente. Pero estas cosas cura disfraza-