mar partido ni ejercer influencia de ninguna clase.
¿Sería acaso Capitán Tiago?... Cuando llegaba al pueblo era recibido con músicas por sus deudos y amigos, ofrecíanle banquetes y le colmaban de regalos. Las mejores frutas cubrían su mesa; si se cazaba un venado ó jabalí, para él era una de las mejores partes; si encontraba hermoso el caballo de un deudor, media hora después lo tenfa en su cuadra. Todo esto es verdad, pero al mismo tiempo, se reían de él y le llamaban en secreto Sacristán Tiago.
Tampoco mandaba el gobernadorcillo; obedecía. Su empleo le había costado cinco mil pesos, y como le producía muy buena renta, sufría contento toda clase de humillaciones.
¿Sería entonces Dios? ¡Ah! Del buen Señor se ccupaban poco; bastante daban que hacer los santos y las santas. Dios para aquellas gentes había pasado á ser como esos pobres reyes que se rodean de favoritos y favoritas; el pueblo sólo hacía la corte á estos últimos.
San Diego era una especie de Roma contemporánea, con la diferencia de que en vez de monumentos de mármol y palacios suntuosos, tenía monumentos de sauli y gallera de nipa. El cura representaba el poder del Vaticano y el alférez de la Guardia civil, el rey de Italia. Ambos querían ser los amos, y aquí como allá, se suscitaban continuos disgustos. Expliquémonos y describamos las cualidades de ambos personajes.
Fray Bernado Salví era un joven franciscano de carácter sombrío. Por sus costumbres y maneras, distinguíase mucho de sus hermanos, y más aún de su predecesor, el violento padre Dámaso.
Era delgado, enfermizo, fiel observador de sus de-