mas de la puñalada, blancas como la nieve y con la pechuga encarna da como si estuviese teñida de sangre, se arrullan dulcemente en las horas meridianas, cuando el sol abrasa, los pájaros buscan la sombra y la frescura de sus nidos, y las plantas y los árboles mustios, sofocados de calor, parecen caer en profundo letargo. Entonces reina un solemne silencio, sólo turbado por el roce de las enormes serpientes al arrastrarse entre las hojas secas, el zumbido de los insectos de alas luminosas y el fresco murmullo de algún manantial.
Cuando pasan las horas de sofocante bochorno, el bosque se despierta; los árboles se desperezan; las hojas de esmeralda recobran su brillantez y tersura; bandadas de aves hermosísimas cruzan el aire, y de todas partes se levanta un himno glorioso á la vida.
Pero ni aun en aquel rincón paradisiaco, en aquella sel va virgen, en aquel templo grandioso de la Naturaleza, cuyas robustas columnas son los troncos esbeltos de las palmeras y de los árboles centenarios, reina la felicidad. El hombre blanco se complace en llevar la muerte y la desolación á todas partes! La cacatúa de lindo copete, los pájaros amarillos y alas negras, los diminutos pájaros moscas, se estremecen al verlo. ¡Los persigue con saña cruel! Cuando menos se descuidan, suena un disparo y se deshace la nube temblorosa que tiene la suavidad de la seda y el brillo de los rubíes y topacios, y centenares de pajarillos caen en el suelo, cubriéndolo de sangre. Luego los embalsaman, los encierran en grandes cajones y los envíaná Europa.
Las mujeres blancas adornan más tarde sus divinas cabezas y rubias cabelleras con las víctimas del bosque!...