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JOSÉ RIZAL

María Clara dejó caer la labor que tenía entre las manos, y su corazón comenzó á palpitar aceleradamente. Se oyeron pasos en la escalera y después una voz fresca y varonil. La joven se levantó entonces precipitadamente y se encerró en el oratorio para ocultar su emoción. Los dos primos se hicieron un guiño significativo y se echaron á reir.

Pálida, con los ojos brillantes y turbada el alma por la alegría, María Clara se puso á escuchar.

Entonces oyó la voz de Ibarra, aquella voz tan querida que hacía siele años sólo oía en sueños.

¡Preguntaba por ella, pronunciaba su nombre!...

Loca de alegría besó la imagen de una virgen y murmuró con voz temblorosa: ¡Gracia8, virgencita mía! ¡Gracias, porque al fin lo has traído con salud y no se ha olvidado de mí!» Después se acercó al agujero de la cerradura para verle y examinarle. Quería salir y al mismo tiempo sentia una emoción intensa que le impedía dar un solo paso.

Cuando entró á buscarle su tía Isabel, se colgó de su cuello y le cubrió el rostro de besos.

—Pero tonta, ¿qué te pasa?-pudo al fin decir la anciana enjugándose las lágrimas.

María Clara, un poco avergonzada, se cubrió los ojos con el redondo brazo.

—Vamos, no te hagas esperar! Ibarra ha preguntado por ti y desea verte. No hagas sufrir más tiempo al pobre muchacho.

Capitán Tiago é Ibarra hablaban animadamente cuando apareció la tía Isabel medio arrastrando á su sobrina.

El joven se precipitó á su encuentro, y cogiendo la mano diminuta de su prometida apenas tuvo alientos para exclamar: María Clara! ¡qué hermosa estás!>