tón, hiriendo á uno en la cabeza y derribándolo; corrió entonces á él y lo pateó furiosamente, sin que ninguno de los presentes tuviese el valor de intervenir. Por desgracia pasaba por allí en aquel instante el padre de usted; indignado corrió hacia el cobrador, le cogió del brazo y le increpó duramente. Este, que estaba loco de ira, quiso pegarle como al muchacho; pero su padre de usted no le dió tiempo y lo empujó con tal fuerza que fué á parar al suelo, dando con la cabeza en una piedra puntiaguda. Don Rafael levantó entonces tranquilamente al niño y lo llevó al tribunal. El artillero moría algunos minutos después. La punta del guijarro le había penetrado fatalmente por la sien derecha. A consecuencia de este triste suceso, su padre fué preso, y todos sus ocultos enemigos surgieron de repente. Llovieron las calumnias sobre él y se le acusó de filibustero y hereje. Todos le abandonaron; sus papeles y libros fueron recogidos. Se le acusó por estar suscrito á El Correo de Ultramar y á periódicos de Madrid, por haber enviado á usted á la Suiza alemana, y qué se yo por cuántas cosas más. De todo deducían acusaciones, hasta del uso de la camisa al estilo del país siendo descendiente de peninsulares. A haber sido otro su padre de usted caso hubiera salido pronto libre, pues hubo un médico que atribuyó la muerte del desgraciado cobrador á una congestión; pero su fortuna, su confianza en la justicia y su odio á todo lo que no fuera leal ni justo, le perdieron. Yo mismo, á pesar de mi repugnancia á implorar la merced de nadie, me presenté al capitán general, antecesor del que tenemos e hice presente que no podía ser filibustero quien acoge á todo español, rico ó pobre, dándole techo y mesa, ¡Todas mis gestiones fueron inútiles!
El viejo militar se detuvo para tomar aliento.