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J0SÉ RIZAL

IV

Hereje y flibustero

Al salir Ibarra á la calle, el viento de la noche, que por el mes de Octubre suele ser ya bastante fresco en Manila, pareció despejar su frente, atormentada por mil ideas tristes.

Pasaban por su lado coches como relámpagos, calesas de alquiler á paso de carreta, arrastradas por caballos enanos y famélicos, transeuntes de diferentes nacionalidades que daban á la vía pública un aspecto abigarrado y original. Ibarra se detuvo un instante emocionado para contemplar aquella multitud multicolora, que gesticulaba y reía. Le parecía nuevo el espectâculo después de siete años de ausencia. Y en medio de su tristeza y de su honda preocupación, experimentó una sensación de infinita dulzura al encontrarse de nuevo en el país natal. ¡Qué diferencia entre las multitudes grises, uniformes y sombrías de las ciudades europeas, preocupadas siempre por la incertidumbre del mañana, ataviadas con telas obscuras, corriendo siempre detrás del miserable mendrugo, por miedo de llegar tarde, y aquel vistoso desfile de mujeres morenas y ardientes ojos negros, con la espléndi-