guntó en tono de reproche.-Vamos, siéntate aquí y cuéntame tus disgustillos, como lo hacías cuando eras niña y me pedías velas para hacer muñecas de cera. Ya sabes que te he querido siempre...
¡Nunca te he reñido! La voz del padre Dámaso dejaba de ser bruscay llegaba á tener modulaciones cariñosas. María Clara empezó á llorar.
—Lloras, hija mía? ¿Por qué lloras? Has reñido con Linare8? María Clara se tapó los oídos.
—¡No me habléis de ese hombre! Padre Dámaso la miró llena de asombro.
—¿No quieres confiarme tus secretos? ¿No he procurado siempre satisfacer tus más pequeños caprichos? La joven levantó hacia él sus ojos llenos de lágrimas, le contempló un momento y volvió á llorar amargamente.
—No llores asi, hija mía, que tus lágrimss me hacen mucho daño! ¡Cuén tame tus penas; ya sabes que tu padrino te ama! María Clara cayó de rodillas á sus pies, y levantando su semblante bañado en lágrimas, le dijo en voz apenas perceptible: -¿Me quiere usted de veras? Niña!
—Entonces rompa mi casamiento!
—Pero tonta, ¿no es Linares mejor que?...
—¡No, y mil veces no! ¡Quiero meterme monja! Si no consentís me quitaré la vida! Y pronunció estas últimas palabras con tal firmeza, que el padre Dámago sintió un estremecimiento de terror.
—¿Le amabas tanto?-preguntó balbuceando.
—¡Con toda mi alma!