Los ojos del anciano se cubrieron de lágrimas, dió media vuelta y se alejó rápidamente.
—¡La mesa está servida!—anunció un criado indio, luciendo una inmaculada camisa blanca con los faldones por fuera.
Y los invitados se apresuraron alegremente á colocarse en sus sitios.
III
La cena
Instintivamente los dos religiosos se dirigieron á la cabecera de la mesa, y como era de esperar, sucedió lo que á los opositores á una cátedra: ponderan con palabras los méritos y la superioridad de los adversarios, pero luego dan á entender todo lo contrario, y gruñen y murmuran cuando no la obtienen.
—El sitio de honor es para usted, fray Dámaso.
—¡Para usted, fray Sibyla!
—Si usted lo manda obedeceré—dijo el padre Sibyla disponiéndose á sentarse.
—¡Yo no lo mando—protestó el franciscano, yo no lo mando!
Iba ya á sentarse fray Sibyla sin hacer caso de las protestas, cuando sus miradas se encontraron con las del teniente. El más alto oficial es, según