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NOLI ME TÁNGERE

la joven los brazos, producían el efecto de transparentes alas, y las cadenillas de oro que adornaban su delicado busto resonaban de un modo armonioso y suave. Sus chinelas de raso azul, bordadas de oro, escamas y perlas, más que para pisar parecían estar hechas para servir de estuche á costosas alhajas. María Clara estaba verdaderamente encantadora. Su misma tristeza hacía su figura más interesante. Su tez fina y aterciopelada, sus ojos grandes y ardientes respiraban voluptuosidad y amor. Se comprendía al verla la preferencia que muchos españoles, como el padre Salví, concedían á las mujeres filipinas. Las caricias que prodigase al hombre amado María Clara, debían ser más apasionadas que las de las demás mujeres.

Debía de haber más calor en sus besos y más dulzura en sus palabras. Debían de ser sus brazos como cadenas amorosas de las cuales difícilmente podría uno desprenderse. Debía de ser su carne vírgen, como pila eléctrica que hiciese sentir profundas sacudidas é intensísimas sensaciones de placer...

María Clara estaba triste, profundamente triste y desolada. No podía olvidarse de su primer amor.

No podía olvidarse de Ibarra. A pesar de lo que había oído decir de él á las gentes continuaba creyéndolo un hombre digno de ser amado. No se la ocultaba á su fina perspicacia femenil que en la mayor parte de los hechos que se atribufan al cariñoso compañero de su niñez había mucho de invenoión y de calumnia. ¡Cuánto daría por verle, por explicarle su conducta para con él, para decirle que nunca había dejado de quererle, que antes y después de su prisión no había cesado de verter amargas lágrimas! ¡Se lo diría todo, hasta la tremenda revelación que cuando estaba enfersuelo,