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JOSÉ RIZAL

XXXI

El casorio de María Clara

Capitán Tiago estaba muy contento. En toda aquella terrible temporada nadie se había ocupado de él. No le habían encarcelado, no le habían sometido á incomunicaciones, interrogatorios, máquinas eléctricas, pediluvios continuos en habitanes subterráneas y otros procedimientos profusamente empleados en aquella ocasión por personas que se tenían por civilizadas. Sus amigos, es decir, los que lo habían sido (pues nuestro hombre había renegado de sus amigos filipinos desde el instante en que fueron sospechosos para el gobierno), habían vuelto también á sus casas después de pasar algunos días en los edificios del Estado. El capitán general había ordenado que se les pusiera en libertad, con gran disgusto del manco y de otras personas de orden que querían celebrar las próximas Pascuas á costa de los prisioneros, que para hacer menos triste su situación desprendíanse de sus alhajas y los colmaban de regalos.

Capitán Tinong volvió á su casa enfermo, y tan cambiado que permanecía largas horas silencioso, sin que pudiesen devolverle la alegría y la tranquilidad los mimos y halagos de su familia. El pobre hombre ni siquiera se atrevía á salir de casa por no correr el peligro de saludar á un filibustero.