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JOSÉ RIZAL

daderos culpables. Pero no despegó los labios.

Nadie le hubiera hecho caso, ó más bien, sólo habría conseguido aumentar la cólera de los que le crefan el jefe de la descabellada conspiración.

El alférez trató de contener á la multitud, pero las pedradas y los insultos no cesaron, El cortejo se alejó, sin que Ibarra viese á uno solo de los que se titulaban sus amigos..

Vió el joven las humeantes ruinas de su casa, de la casa donde había nacido y se habían deslizado los días felices de su niñez... Las lágrimas, largo tiempo reprimidas, brotaron al fin de sus ojos...

Dobló la cabeza y se entregó á su profundo dolor.

¡Ya no tenía hogar, ni nada de lo que hace grata la existencia!... ¡Sus terribles enemigos se lo habían arrebatado todo en un momento!...

XXX

Patria é intereses

El telégrafo comunicó sigilosamente el suceso á Manila, y algunas horas después hablaban de él con mucho misterio los periódicos, con venientemente revisados por el fiscal. Las noticias particulares, emanadas de los conventos, fueron las que primero corrieron de boca en boca. El hecho, desfi-