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NOLI ME TÁNGERE

minarista, estaba también maniatado, lo mismo que los dos gemelos de Capitana María. Estos tres jóvenes aparecían tranquilos. El último que salió fué Ibarra, conducido por dos guardias civiles.

—Ese es el que tiene la culpa!-gritaron muchas voces.-¡Tiene la culpa y va suelto! Ibarra se volvió á sus guardias: -¡Atadme!

—¡No tenemos orden!

—¡Atadme! Los soldados obedecieron.

El alférez apareció á caballo, armado hasta los dientes y seguido de quince soldados más.

Todos los presos tenían familias, esposas ó hermanas que llorasen por ellos. ¡Ibarra no tenía á nadie! El dolor de las familias se trocó en ira contra el joven, acusado de haber promovido el motín. El alférez dió la orden de partir. La multitud se arremolinó amenazadora. Resonaron con más fuerza los gritos y lamentos. Los soldados tenían que hacer grandes esfuerzos para no ser arrollados.

—¡Cobarde!-gritaba una vieja amenazando con los puños á Ibarra.-Mientras los otros se peleaban por ti, tú te escondías, jcobarde!

—Maldito seas!-le decia un anciano siguiéndole;-jmaldito el oro amasado por tu familia para turbar nuestra paz! ¡Maldito! ¡Maldito!

—¡Ojalá te ahorquen, hereje!-le gritaba una pariente de Albino, y sin poderse contener, cogió una piedra y se la arrojó.

El ejemplo fué pronto imitado, y sobre el desgraciado joven cayo una lluvia de piedras.

Ibarra sufrió impasible, sin ira, sin quejarse.

Más de una vez estuvo á punto de gritar que era inocente y de pronunciar los nombres de los ver-