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NOLI ME TÁNGERE

Társilo permaneció mudo.

Un silbido rasgó el aire, y el bejuco azotó sus espaldas. Hizo un supremo esfuerzo para no lanzar un quejido. Cerró los ojos, apretó los dientes y sus músculos se contrajeron. Los bejucazos se repitieron, pero Társilo siguió impasible.

—¡Que le den de palos hasta que reviente ó declare!-gritó el alférez exasperado.

—Habla-le dijo el gobernadorcillo,-si no vas á perder la piel.

Társilo hizo como que no oía, y continuó guardando silencio.

Volvieron á conducirlo á la sala donde el otro preso in vocaba á los santos temblando como un azogado.

—¿Conoces á ese?-preguntó el padre Salví.

Es la primera vez que le veo!-continuó Társilo mirando al otro con cierta compasión.

El alférez le dió un puñetazo en las mejillas que le hizo brotar sangre de la boca.

Un rayo de cólera cruzó por los tristes ojos del prisionero. El alma del pobre indio protestaba contra aquel nuevo ultraje inferido á la dignidad humana. Pudo dominarse no obstante. Perdería la vida, si era preciso, pero no sabrían nada por él.

Creía de buena fe que su jefe era Ibarra, y prometía no comprometerle más de lo que estaba con sus palabras. ¡Algún día los vengarían á todos!...

Y al pensar esto sintió un consuelo infinito, un valor sin límites. Los vengarían á todos y someterían á aquellos verdugos á los mismos tormentos.

—¡Atadle á un banco! Sin quitarle las esposas, manchadas de sangre, fué sujetado á un banco de madera. El infeliz miró en derredor suyo como buscando algo, vió á doña Consolación y rióse sardónicamente.