J0BE RIZAL
XXVIII
¡Væ victis!
Acababa de amanecer.
La calle donde estaban el cuartel y el tribunal continuaba desierta y silenciosa.
Sin embargo, poco á poco se fueron abriendo con cautela algunas ventanas y asomándose á ellas semblantes curiosos.
Al cuarto de hora, la calle estaba animadísima.
Primero salieron de las casas los perros, las gallinas y los cerdos; á estos animales siguieron unos cuantos chicuelos cogidos del brazo, que fueron acercándose recelosamente al cuartel; después algunas viejas con el pañuelo atado debajo de la barba y un rosario en la mano, aparentando rezar para que los soldados les dejasen el paso libre.
Cuando se vió que se podía andar sin recibir un tiro, empezaron á salir los hombres afectando indiferencia. Al principio se limitaron á dar pequeños paseos delante de sus casas, acariciando el gallo. Después se fueron alejando hasta llegar al tribunal.
Circulaban diferentes versiones sobre los sucesos de la noche. Una de ellas era que Ibarra, con sus criados, había querido robar á María Clara, á