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NOLI ME TÁNGERE

lor de rosa. El pueblo de San Diego habíase sumido de nuevo en el reposo. Las campanas del convento habían cesado de tocar á rebato y la alta torre semejaba un mudo fantasma, acariciado por la luz de la luna. Sólo se escuchaba de cuando en cuando el lúgubre ladrido de un can. De la parte del bosque llegaban mil ruidos confusos que parecían aumentar el majestuoso silencio de la noche. Eran zumbar de insectos, silbidos de serpientes y desperezos de alas.

Los indios continuaban contemplando impasibles el devastador incendio. Del pueblo no llegaba tampoco ningún auxilio, y las llamas, coronadas de inquietas chispas y penachos de humo, apenas tenían ya cosa que consumir en el vasto edificio.

Cantó un gallo y pronto le contestó una algarabía infernal. De las casas, de los árboles y del bosque se elevó en el aire un cacareo infinito.

Comenzaron á palidecer las estrellas y el cielo á hacerse transparente.

En el sitio que había ocupado la casa sólo había un montón de pavesas.

Los criados continuaban como petrificados en contemplativo éxtasis.

—Abá! ¡Se acabó!-murmuró uno de ellos levantándose.

Los otros le imitaron y se dirigieron al pueblo, quizás á inquirir noticias de su amo.

Otro incendio empezaba entonces á inflamar el cielo y abrasar la tierra.

¡Había salido el sol!...