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JOSÉ RIZAL

JOSÉ KIZAL pio se sintió deslumbrado... Durante la larga travesía del vapor que lo conducía á Europa, pasaba las noches enteras sentado en la cubierta contemplando los astros y la estela fosforescente que dejaba en pos de sí el gallardo na vío. Pensaba entonces como todos los jóvenes enamorados, y aunque su espíritu rebosaba alegría infinita, complacíase en las ideas tiernas y melancólicas. Y veía en los rayos de la luna pliegues de flotantes veetiduras que le recordaban los vaporosos encajes con que se adornaba la hija de Capitán Tiago. ¡Y de sus ojos brotaban lágrimas dulcísimas semejantes á un rocío prima veral!...

La civilización europea le había fascinado al principio. Los grandes bulevares, los magníticos squares y soberbios edificios le hicieron pensar con tristeza en la humilde y primitiva aldehuela de cañas y nipa donde se había criado y en las vetustas y agrietadas murallas de Manila, Pero lo que más le sorprendió fué la consideración y el respeto con que le trataban en todas partes, y que ofrecían singular contraste con las humillaciones que hacían sufrir á cada paso á los mestizos de bronceado rostro los españoles de Filipinas. No tardó, sin embargo, en deecubrir el secreto. En Europa ya no había preocupaciones, ni creencias, ni pureza de sangre, ni distinción de linajes. Sólo se adoraba á un dios, y era éste el becerro de oro. Las consideraciones y respetos que le tenfan no eran para él, sino para su dinero. De todos modos, se sentía halagado y se consideraba feliz muchas veces al ver que por un puñado de monedas le servían humildemente los hombres blancos, tan orgullosos y despóticos en los países conquistados. Mas conforme transcurría el tiempo cambiaba de pensar y experimentaba una piedad infinita por los