para conseguir la rehabilitación de su raza y la libertad de su país.
Rompía cartas y papeles, que humedecía con las lágrimas que cafan de sus ojos. No había en ellas nada que pudiese com prometerle, pero obedecía á Elfas porque se acordaba de lo que el teniente Guevara le había contado de su padre.
Tan pronto sentía inmensa cólera al acordarse del padre Dámaso, como se apoderaba de su alma profundo desconsuelo al pensar que su felicidad iba á ser truncada para siempre y que ya no podría casarse con María Clara. El plan no podía estar mejor combinado para perderle. Por lo menos conseguirían que las gentes dudasen y que las autoridades le retirasen su protección y aprecio. Y el rubor subía á su rostro al pensar que el general, que tan bondadoso se había mostrado con él, tal vez le creyese capaz de corresponder á su conducta noble y justa con una villanía.
La campana del con vento anunciaba la oración de la tarde. Al oir el religioso tañido deteníanse los transeuntes y los hombres se quitaban el sombrero.
Los labradores que regresaban del campo montados en sus carabaos deteníanse un momento y murmuraban un rezo; las mujeres se persignaban en medio de la calle y movían con afectaeión los labios para que nadie dudase de su devoción..
Solo el padre Salví caminaba de prisa y con el sombrero puesto, sin acordarse de representar su papel. ¡Importante asunto debía preocuparle para ol vidarse así de sus propios deberes y de los de la Iglesia! Subió precipitadamente las escaleras y llamó con impaciencia á la puerta del alférez, que apareció cejijunto, seguido de su cara mitad.