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JOSÉ RIZAL

quieren ver á las dos celebridades, emiten opiniones y hacen profecfas.

Entretanto, las voces crecen, aumenta la confusión y el público invade la Rueda y asalta las graderías. Los soltadores llevan á la arena dos gallos, uno blanco y otro rojo, armados ya, pero con las navajas en vainadas toda vía.

Se oyen gritos jal blanco! jal blanco! á los cuales contesta alguna que otra voz jal rojo! El blanco era el llamado y el rojo el dejado.

Entre la multitud circulan algunos guardias civiles; no lle van el uniforme del benemérito caerpo, pero tampoco van de paisano. Visten pantalón de guingón con frarja roja, camisa manchada de azul de la blusa desteñida y gorra de cuartel.

Apuestan á la vez que vigilan, riñen y entran con el pretexto de mantener el orden.

Mientras se grita se tienden las manos, agitando monedas y haciéndolas sonar; mientras se busca en los bolsillos el último ochavo ó se empeña la palabra prometiendo vender el carabao ó la próxima cosecha, dos jóvenes, hermanos al parecer, siguen con ojos envidiosos á los jugadores, se acercan, murmuran-tímidas palabras que nadie escucha, se ponen cada vez más sombríos y se miran entre si con disgusto y despecho.

Lucas los obser va con disimulo, sonríe malignamente, hace sonar monedas de plata, pasa cerca de los dos hermanos y mira hacia la Rueda, gritando: -Pago cincuenta, cincuenta contra veinte por el blanco!

—Ya te decía yo-murmuraba el mayor-que no apostases todo el dinero. ¡Si me hubieses obedecido tendríamos ahora para el rojo! El menor se acercó tímidamente á Lucas y le tocó en el brazo.