á asistir á este juego, donde seguranente encontraremos á algunos conocidos.
La gallera de San Diego no se diferencia de las de otros pueblos más que en algunos detalles. Consta de tres departamentos: el primero, ó sea la entrada, es un gran rectángulo de unos veinte metros de largo por catorce de ancho; á uno de sus lados se abre una puerta, que, generalmente, suele guar dar una mujer, encargada de cobrar el sa pintú, ó sea el derecho de entrada. De esta contribución que cada uno pone allí percibe el gobierno una parte, algunos miles de pesos al año. Dicen que con este dinero, con que el vicio paga su libertad, se levantan escuelas, se construyen puentes y calzadas, se instituyen premios para fomentar la agricultura y el comercio... ¡Bendito sea el vicio que tan buenos resultados produce! En este primer recinto están las vendedoras de buyo, cigarros, golosinas y comestibles. Y allí pululan los muchachos que acompañan á sus padres ó parientes que les inician en los secretos de la vida.
Este recinto comunica con otro de proporciones un poco mayores, una especie de foyer donde el público se reune antes de las soltadas. Allí están la mayor parte de loz gallos, sujetos por una cuerda al suelo, mediante un clavo de hueso ó de palma brava; allí están los tahures, los aficionados y el perito atador de la navaja; allí se contrata, se medita, se pide prestado, se maldice y se ríe á carcajadas... Aquél acaricia su gallo pasándole la mano por encima del brillante plumaje; éste examina y cuenta las escamas de las patas; unOs refieren las hazañas de los combatientes; otros, con el semblante mohino, llevan de las patas un cadáver desplumado... El animal que fué el favorito durante meses, mimado, cuidado día y noche, aho-