Delante del eseenario templa la orquesta los instrumentos. La principalfa del pueblo, los españoles y los ricos forasteros ocupan poco á poco las alineadas sillas. La multitud se extiende por el resto de la plaza. Se oyen gritos, exclamaciones y carcajadas provocadas por un reventador que acaba de estallar en medio de un grupo de parlanchinas babays.
Aquí se le rompe el pie á un banco y eaen al suelo los que le ocupan, entre carcajadas y silbidos; allí riñen y se vapulean porque se estorban unos á otros. Las jóvenes dalagas lanzan chillidos ratoniles al sentir que indiscretas y ocultas manos las pellizcan...
El teniente mayor don Filipo preside el espectáculo, pues el gobernadorcillo ha preferido quedarsa jugando al monte.
Comenzó la función con Crispino é la Comare, en la cual Chananay y Marionito hacían las delicias del público. Todos tenfan los ojos fijos en el escenario menos el padre Salví, que parecía haber ido allí solamente para vigilar á María Clara, cuya tristeza hacía más interesante su figura. La mirada del franciacano expresaba también más que nunca protunda melancolía.
Se concluía el acto cuando entró Ibarra; su presoncia ocasionó un murmullo: todos se fijaron en él y en el cura. Pero el joven no pareció otarlo, pues salud6 con naturalidad á María Clara y á sus amigas, sentándose á su lado. La única que habló fué Sinang.
—¿Has estado á ver los fuegos?-preguntó.
—No, he tenido que acompañar al general.
—¡Pues es lástima! Te hubieran gustado; eran muy bonitos.
El cura se levantó y acercóse á don Filipo con