—¡Veremos quién hará más pronto añadió otro franciscano.
En la antesala se encontraron con Ibarra, su anfitrión de hacía algunas horas. No cambiaron ningún saludo, pero sí miradas que decían muchas viaje!- cosas.
El alcalde, por el contrario, cuando ya los frailes habían desaparecido, le saludó y le tendió la mano familiarmente; pero la llegada del ayudante que buscaba el joven, no dió lugar á ninguna conversación.
En la puerta se encontró con María Clara: las miradas de ambos se dijeron también muchas cosas.
Ibarra presentóse sereno y saludó profundamente. El general se adelantó hacia él algunos pasos.
Tengo suma satisfacción, señor Ibarra, al estrechar su mano.
S. E., en efecto, examinaba al joven con marcado interés.
—Señor... tanta bondad!...
—Estoy muy satisfecho de su conducta-dijo S. E. sentándose y señalándole un asiento,-y ya le he propuesto al gobierno para una condecoración por el filantrópico pensamiento de erigir una escuela... Si usted me hubiese avisado, yo habría presenciado con placer la ceremonia y acaso le habría evitado un disgusto.
—El pensamiento me parecía tan pequeñocontestó el joven,-que no creí oportuno distraer la atención de V. E. de sus numerosas ocupaciones.
Su excelencia movió la cabeza con aire satisfecho, y adoptando cada vez un tono más familiar, continuó: --En cuanto al disgusto que usted ha tenido con el padre Dámaso, no guarde ni temor ni ren-