Llenos de sorpresa y terror, ninguno se atrevió á intervenir.
—Lejos!-gritó el joven con voz terrible, y extendió su mano á un afilado cuchillo, mientras sujetaba con el pie el cuello del fraile.-¡El que no quiera morir que no se acerque! Ibarra estaba fuera de sí; su cuerpo temblaba, sus ojos giraban en sus órbitas amenazadores.
Fray Dámaso, haciendo un esfuerzo, se levantó, pero él, cogiéndole del cuello, le sacudió hasta ponerle de rodillas y doblarle.
Señor Ibarra! ¡Señor Ibarra!-balbucearonalgunos.
Pero ninguno, ni el mismo alférez, se atrevía á acercarse, viendo el cuchillo brillar, calculando la fuerza y el estado de ánimo del joven. Todos se sentían paralizados.
El joven respiraba trabajosamente, pero con brazo de hierro seguía sujetando al franciscano, que en vano pugnaba por desasirse.
—Sacerdote de un Dios de paz, que tienes la boca llena de santidad y religión y el corazón de miserias, tú no debiste conocer lo que es un padre... cuando te atreves á ofender de ese modo la memoria del mío! ¡Miserable! La gente que le rodeaba, creyendo que iba á cometer un asesinato, hizo un movimiento.
—Lejos!-volvió á gritar con voz amenazadora; -¿qué? ¿teméis que manche mis manos con la sangre de este reptil? ¡Si, quiero matarlo, quiero vengar al autor de mis días! Mi padre era un hombre honrado; preguntadlo á ese pueblo que venera su memoria. Mi padre era un buen eindadano, que se ha sacrificado por el bien de su país. Su casa estaba abierta, su mesa dispuesta para el extranjero 6 el desterrado que acudía á él en su miseria! Era