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NOLI ME TÁNGERE

Todos miraron á Ibarra; pero éste, si bien se puso pálido, siguió conversando con María Clara.

—Pero considere usted...

—Vea usted--continuó el franciscano, no dejando hablar al alcalde,-vea usted cómo un lego nuestro, el más bruto que tenemos, ha construído un hospital. Hacía trabajar bien y no pagaba más que ocho cuartos diarios, aun á los que tenían que venir de otros pueblos. Ese sabía tratarlos, no como muchos chiflados y mesticillos que los echan á perder, pagándole tres ó cuatro reales.

—¿Dice V. R. que sólo pagaba ocho cuartos? ¡Imposible!

—Sí, señor, y eso debían imitar los que se precian de buenos españoles. Ya se ve, desde que el canal de Suez se ha abierto, la corrupción ha venido acá. Antes, cuando teníamos que doblar el Cabo, ni venían tantos perdidos, ni iban allá otros á perderse!

—Pero ¡padre Dámaso!...

—Usted ya conoce lo que es el indio; tan pronto como aprende algo se las echa de doctor. Todos esos mocosos que van á Europa...

—Pero joiga V. R!...-interrumpió el alcalde, que se inquietaba por lo agresivo de aquellas palabras.

—Todos van á acabar como merecen; la mano de Dios se ve en medio; se necesita estar ciego para no verlo. Ya en esta vida reciben el castigo los padres de semejantes víboras... se mueren en la cárcel, je! jje! como si dijéramos, no tienen donde...

Pero no concluyó la frase. Ibarra, lívido, le había seguido con la vista; al oir la alusión á su padre, se levantó y de un salto dejó caer su robusta mano sobre la cabeza del sacerdote, que cayó de espaldas atontado.