paría ese honroso deber al señor escribano; él es quien debe dar fe del acto.
El escribano descendió entonces la alfombrada escalera que conducía al fondo de la exca vación, y con la solemnidad conveniente depositó la cajita en el hueco de la piedra. El cura cogió el hisopo y roció las piedras con agua bendita.
Llegó el momento de poner cada uno su cucharada de mezcla sobre la superficie del sillar que yacía en el foso, para que el otro se adaptase bien y se agarrase.
Ibarra presentó al alcalde una pala de albañil, sobre cuya ancha hoja de plata estaba grabada la fecha del día; pero S. E. pronunció antes una alocución en castellano: c¡Vecinos de San Diego!-dijo con grave acento:-Tenemos el honor de presidir una ceremonia de una importancia que vosotros comprenderéis sin que Nos os lo digamos. Se funda una escuela; la escuela es la base de la sociedad. Enseñadnos la escuela de un pueblo y os diremos qué pueblo es.
¡Vecinos de San Diego! Bendecid á Dios que os ha dado virtuoSos sacerdotes y al gobierno de la madre patria que difunde incansable la civilización en estas fértiles islas, amparadas por ella bajo su glorioso manto! Bendecid á Dios que se ha apiadado de vosotros trayendo estos humildes sacerdotes que os iluminan y os enseñan la divina palabra! Bendecid al gobierno que tantos sacrificios ha hecho, hace y hará por vosotros y por vuestros hijos! ¡Y ahora se bendice la primera piedra de este importante edificio. Nos, alcalde mayor de esta provincia, en nombre de S. M. el rey, que Dios guarde, rey de las Españas, en nombre del preclaro gobierno español y al amparo de su pabellón inmaculado y siempre victorioso, Nos consagramos