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JOSÉ RIZAL

102.

JOSE BIZAL —Qué has podido hacer por esa pobre mujer?

—preguntó María Clara á Ibarra.

Nada! Estos días había desaparecido del pueblo y no se la podía encontrar-contestó el joven.

—He estado además muy ocupado, pero no te aflijas; el cura prometió ayudarme, recomendándome mucho tacto y sigilo, pues parece que se trata de la Guardia civil. 1El cura parece que se intesa mucho por ella!

—No decía el alférez que haría buscer á los niños?

—Sí, pero entonces estaba un poco... bebido! Apenas acababa de decir esto, cuando vieron á la loca, arrastrada más bien que conducida por un soldado. Sisa oponía resistencia.

—Por qué la prendéis? ¿Qué ha hecho?-preguntó Ibarra.

—¿Qué? No habéis visto cómo ha alborotado?

—contestó el custodio de la pública tranquilidad.

El leproso recogió precipitadamente su cesto y se alejó.

María Clara quiso retirarse, pues había perdido la alegría y el buen humor.

Al llegar á la puerta de su casa sintió aumentarse su tristeza al ver que su novio se negaba á subir y se despedía.

— Es necesario!-decía el joven.

María Clara subió las escaleras, enjugándose con el bordado pañuelo de piña las lágrimas que brotaban de sus hermosos ojos negros.