el viejo Tasio pensativo.—Cuando esté agonizando, me entregaré à Él sin temor; haga de mi lo que quiera. Pero se me ocurre un pensamiento.
—Y ¿qué pensamiento es ese? —Si los únicos que pueden salvarse son los católicos, y de entre estos un cinco por ciento, como dicen muchos curas, y formando los católicos una duodécima parte de la población de la tierra si hemos de creer lo que dicen las estadísticas, resultaría que después de haberse condenado millares de millares de hombres durante los innumerables siglos que transcurrieron antes que el salvador viniese al mundo, después que un hijo de Dios se ha muerto por nosotros, ahora sólo conseguirían salvarse cinco por cada mil doscientos .¡Oh ciertamente no! prefiero decir y creer con Job: ¿Serás severo contra una hoja que vuela y perseguirás una arista seca? ¡No, tanta desgracia es imposible, creerlo es blasfemar, no, no!
—¿Qué quiere usted? La Justicia, la Pureza divina...
—¡Oh! ¡pero la Justicia y la Pureza divina veían el porvenir antes de la creación!-contestó el viejo estremeciéndose y levantándose.—La creación, el hombre es un ser contingente y no necesario, y ese Dios no debía haberle criado, no, si para hacer feliz à uno debía condenar á centenares á una eterna desgracia, y todo por culpas heredadas o de un momento. ¡No! Si eso fuera cierto, abogue usted á su hijo que allí duerme; si tal creencia no fuese una blasfemia contra ese Dios que debe ser el Supremo Bien, entonces el Molock fenicio que se alimentaba con sacrificios humanos y sangre inocente, y en cuyas entrañas se quemaban a los niños arrancados del seno de sus madres, ese dios sanguinario, esa divinidad horrible sería al lado de él una débil doncella, una amiga, la madre de la Humanidad.
Y lleno de horror, el loco ó el filósofo abandonó la casa, corriendo a la calle á pesar de la lluvia y de la obscuridad.
Un deslumbrador relámpago, acompañado de un espantoso trueno, sembrando el aire de mortíferas chispas, alumbró al viejo que, tendidas las manos al cielo, gritaba:
—¡Tú protestas! ¡Ya sé que no eres cruel, ya sé que sólo debo llamarte El Bueno!
Los relámpagos redoblaban, la tempestad arreciaba...