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—No os enfadéis, señor,—contestó palideciendo y temblando;—no le enterré entre los chinos. ¡Mas vale ahogarse que estar entre chinos, dije para mí, y arrojé el muerto al agua!

Ibarra le puso ambos puños sobre los hombros y le miró largo tiempo con una expresión que no se puede definir.

—¡Tú no eres más que un desgraciado!—dijo, y salió precipitadamente, pisoteando huesos, fosas, cruces, como un loco.

El sepulturero se palpaba el brazo y murmuraba:

—¡Lo que dan que hacer los muertos! El Padre Grande me pegó de bastonazos por haberlo dejado enterrar estando yo enfermo; ahora éste à poco me rompe el brazo por haberlo desenterrado. ¡Lo que son estos españoles! Todavía voy a perder mi oficio.

Ibarra andaba aprisa con la mirada á lo lejos; el viejo criado le seguía llorando.

El sol estaba ya para ocultarse; gruesos nimbus entoldaban el cielo hacia el Oriente; un viento seco agitaba las copas de los árboles y hacía gemir á los cañaverales.

Ibarra iba descubierto; de sus ojos no brotaba una lágrima, de su pecho no se escapaba un suspiro. Andaba como si huyese de alguno, acaso de la sombra de su padre, acaso de la tempestad que se aproximaba. Atravesó el pueblo dirigiéndose hacia las afueras, hacia aquella antigua casa que desde hace muchos años no había vuelto á pisar. Rodeada de un muro donde crecen varios cactus, parecía que le hacía señas: las ventanas se abrían: el ilang ilang [1] se balanceaba agitando alegremente sus ramas, cargadas de flores; las palomas revoloteaban alrededor del cónico techo de su vivienda, colocada en medio del jardin.

Pero el joven no se fijaba en estas alegrías que ofrece la vuelta al antiguo hogar: tenta sus ojos clavados en la figura de un sacerdote, que avanzaba en dirección contraria. Era el cura de San Diego, aquel meditabundo franciscano que vimos, el enemigo del alférez. El aire plegaba las anchas alas de su sombrero; el habito de guingón se aplastaba y amoldaba á sus formas, marcando unos muslos delgados y algo estevados. En la diestra llevaba un bastón


  1. Cananga odorata o Uvaria aromatica, anonácea,