Dirigiéronse al sepulturero, que les observaba con curiosidad.
Este les saludó quitándose el salakot.
—¿Podéis decirnos cuál es la fosa que allá tenia una cruz?—preguntó el criado.
El interpelado miró hacia el sitio y reflexionó.
—¿Una cruz grande?
—Sí , grande ,-afirmó con alegria el viejo, mirando significativamente á Ibarra cuya fisonomía se animó.
—¿Una cruz con labores , y atada con bejucos?—volvió á preguntar el sepulturero.
—¡Eso es, eso es, así, así!—y el criado trazó en la tierra un dibujo en forma de cruz bizantina.
—Y ¿en la tumba había flores sembradas?
—¡Anielfas, sampagas y pensamientos! ¡eso es!—añadió el criado lleno de alegría y le ofreció un tabaco .
—Decidnos cuál es la fosa y donde está la cruz.
El sepulturero se rascó la oreja y, contestó bostezando:
—Pues la cruz... ¡yo la he quemado!
—¿Quemado? y ¿por qué la habéis quemado?
—Porque así lo mandó el cura grande.
—¿Quién es el cura grande? — preguntó Ibarra.
—¿Quién? El que pega, el padre Garrote.
Ibarra se pasó la mano por la frente.
—Pero, á lo menos, ¿podéis decirnos dónde está la fosa? La debéis recordar.
El sepulturero sonrió.
—¡El muerto ya no está allí!—repuso tranquilamente.
—¿Qué decís?
—¡Ya!—añadió el hombre en tono de broma;—en su lugar enterré hace una semana una mujer.
—¿Estáis loco?—le preguntó el criado;—si todavía no hace un año que le hemos enterrado.
—¡Pues eso es! hace ya muchos meses que lo desenterré. El cura grande me lo mandó , para llevarlo al cementerio de los chinos. Pero como era pesado y aquella noche llovía...
El hombre no pudo seguir; retrocedió espantado al ver la actitud de Crisóstomo, que se abalanzó sobre el cogiéndole del brazo y sacudiéndole.
—Y ¿lo has hecho?—preguntó el joven con acento indescriptible.