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mascarlo, mirando con aire estúpido cuanto en su derredor pasaba.


XIII

PRESAGIOS DE TEMPESTAD

En el momento en que el viejo salía, parábase á la entrada del sendero un coche que parecía haber hecho un largo viaje; estaba cubierto de polvo y los caballos sudaban.

Ibarra descendió seguido de un viejo criado; despidió el coche de un gesto y se dirigió al cementerio, silencioso y grave.

—¡Mi enfermedad y mis ocupaciones no me han permitido volver ! -decía el anciano tímidamente ;-capitán Tiago dijo que se cuidaría de hacer levantar un nicho; pero yo planté flores y una cruz labrada por mi.

Ibarra no contestó.

-¡Allí detrás de esa cruz grande, señor! - continuó el criado, señalando hacia un rincón cuando hubieron franqueado la puerta.

Ibarra iba tan preocupado, que no notó el movimiento de asombro de algunas personas al reconocerle , quienes suspendieron el rezo y le siguieron con la vista llenas de curiosidad .

El joven caminaba con cuidado, evitando pasar por encima de las fosas que se conocían fácilmente por un hundimiento del terreno. En otro tiempo las pisaba, hoy las respetaba: su padre yacía en iguales condiciones. Detúvose al llegar al otro lado de la cruz y miro a todas partes. Su acompañante se quedó confuso y cortado; buscaba huellas en el suelo y en ninguna parte se veía cruz alguna.

—¿Es aquí?—murmuraba entre dientes:—no, es allá, pero ¡la tierra está removida!

Ibarra le miraba angustiado.

—¡Sí!—continuó,—recuerdo que había una piedra al lado; la fosa era un poco corta; el sepulturero estaba enfermo, y la tuvo que cavar un aparcero, pero preguntaremos a ese qué se ha hecho de la cruz .