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cendian cirios y se ponían devotamente á rezar ; oíanse también suspiros y sollozos que se procuraban exagerar o reprimir. Ya se oía un run run de orápreo, orápreiss y requiemæternams.

Un viejecito , de ojos vivos, entró descubierto . Al verle, muchos se rieron , y algunas mujeres fruncieron las cejas. El viejo parecia no hacer caso de tales demostraciones, pues se dirigió al montón de cráneos , se arrodillo y buscó algún tiempo con la mirada algo entre los huesos; después con cuidado fué apartando los cráneos uno tras otro, y como si no encontrase lo que buscaba , arrugó las cejas, movió a un lado y otro la cabeza, miró a todas partes, y finalmente se levantó y se dirigió al sepulturero:

—¡Oye!—le dijo.

Este levantó la cabeza.

—¿Sabes dónde está una hermosa calavera , blanca como la carne del coco, con una completa dentadura, y que yo tenía allí al pie de la cruz, debajo de aquellas hojas?

El sepulturero se encogió de hombros.

—¡Mira!—añadió el viejo enseñándole una moneda de plata;—no tengo más que esto, pero te la daré si me la encuentras.

El brillo de la moneda le hizo reflexionar, miró hacia el osario y dijo :

—¿No está alla ? ¿No? Pues entonces no lo sé.

—¿Sabes? Cuanto me paguen los que me deben te daré más,—continuó el viejo.—Era el cráneo de mi esposa; con que si me la encuentras...

—¿No está allá? ¡Pues no lo sé! Pero si queréis, os puedo dar otro.

—Eres como la tumba que cavas!—le apostrofó el viejo nerviosamente; —no sabes el valor de lo que pierdes. ¿Para quién es la fosa?

—¿Lo sé yo acaso? ¡Para un muerto!—contestó malhumorado el otro.

—¡Como la tumba, como la tumba!—repitió el viejo riendo secamente; —ni sabes lo que arrojas, ni lo que tragas . ¡Cava, cava!

Y se volvió dirigiéndose á la puerta.

El sepulturero entretanto había concluído con su tarea; dos montículos de tierra fresca y rojiza se levantaban en los bordes de la fosa , Saco de su salakot buyo, y púsose á