lado de las fecundas aguas . También se detuvo en Italia y cruzó los lagos de Suiza , que parecen reflejar en sus ondas la alegría y la pureza del cielo del Mediodía.
En 1890, después de su viaje al Japón, volvió a Madrid y con Marcelo del Pilar y otros filipinos publicó La Solidaridad, periódico consagrado a la defensa de los intereses del Archipiélago. Su vigorosa campaña, sólo secundada por algunos liberales, no mereció la aprobación de los políticos en general y, desalentado, se marchó á Bélgica, fijando otra vez su residencia en la ciudad de Gante, donde publicó un libro titulado El Filibusterismo.
Desde Gante envió á La Solidaridad algunos bien escritos. artículos que le acreditaban de audaz polemista y distinguido literato , y allí corrigió las notas destinadas a la nueva edición del curioso libro de Morga , Sucesos de las Islas Filipinas, reimpreso en París.
Pero el dulce recuerdo del país natal no le abandonaba un solo instante: en Filipinas vivía su amada, allí tenía sus parientes y amigos que le llamaban sin cesar, deseosos de abrazarle, y por su desgracia partió, en el punto en que estallaba la sangrienta revuelta de Calamba, suceso inesperado que le obligó á detenerse en Hong-Kong.
Meses después, desoyendo los consejos de sus paisanos y los requerimientos de la prudencia, fiado en la lealtad española, que hace tiempo dejó de existir, partió á Manila y fué detenido al llegar, no obstante el salvoconducto que llevaba, refrendado por el Capitán general del Archipiélago.
Se le envió desterrado á Dapitán (Mindanao) y se le prohibió toda comunicación con sus partidarios, á la vez que la autoridad local le sometía á la más escrupulosa vigilancia. Esta incomunicación no impidió que, cuatro años más tarde, al declararse la insurrección por él prevista, se le procesase militarmente y se le condujese á Manila.
En Septiembre de 1896 vino á Barcelona, recomendado á la benevolencia de las autoridades militares por el general Blanco, que noblemente quería arrancarle al poder de sus enemigos. Pero éstos, que eran los más fuertes y se obstina ban en perderle, cómplices del piadoso Polavieja y el endemoniado conde de Caspe , pidieron nuevo Consejo de guerra y Rizal no tuvo más remedio que volver á Manila.