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—¡Morir! ¡Ay! ¿quédame otra cosa acaso? Sufro demasiado pero... he hecho sufrir á muchos... ¡saldo mi deuda! Y tú, ¿ cómo estás ? ¿qué traes?

—Venía á hablarle del encargo que me ha dado.

—Ah! y ¿qué es de ello?

—¡Psh!-contestó con disgusto el joven, sentándose y volviendo con desprecio la cara á otra parte— nos han contado fábulas; el joven Ibarra es un chico prudente, no parece tonto, pero le creo un buen chico.

—¿Lo crees?

—Anoche comenzaron las hostilidades.

—¿Ya ? y ¿ cómo?

Fray Sibyla refirió brevemente lo que pasó entre el padre Dámaso y Crisóstomo Ibarra.

—Además, —añadió concluyendo , —el joven se casa con la hija de capitán Tiago, educada en el colegio de nuestras hermanas, es rico, y no querrá hacerse de enemigos para perder felicidad y fortuna.

El enfermo movía la cabeza en señal de asentimiento.

—Sí , pienso como tú... Con una mujer tal y un suegro parecido, le tendremos en cuerpo y alma . Y si no , ¡tanto mejor si se declarase enemigo nuestro!

Fray Sibyla miró sorprendido al anciano .

— Para bien de nuestra Santa Corporación, se entiende, —añadió , respirando con dificultad . —Prefiero los ataques á las tontas alabanzas y adulaciones de los amigos... Verdad es que están pagados.

—¿Piensa vuestra reverencia?...

El anciano le miró con tristeza.

— ¡Tenlo bien presente! —contestó respirando con fatiga . — Nuestro poder durará mientras se crea en él. Si nos atacan, el Gobierno dice: Los atacan porque ven en ellos un obstáculo á su libertad, pues conservémoslos.

—¿Y si les da oídos ? El Gobierno á veces...

—¡No les dará!

—Sin embargo, si , atraído por la codicia , llegase á querer para si lo que nosotros recogemos... si hubiese un atrevido y temerario...

—Entonces ¡ay de él!

Ambos guardaron silencio .

—Además , —continuó el enfermo,—nosotros necesitamos que nos ataquen, que nos despierten; esto nos descu-