—¡Debe tener sermón, y lo estará estudiando de memoria! — dijo tía Isabel;-sube, María, que llegaremos tarde.
Si el padre Dámaso tenía sermón o no, no lo podemos decir; pero cosas muy importantes debían absorber su atención , pues no tendió la mano á capitán Tiago, que tuvo que hacer una semigenuflexión para besársela.
—¡Santiago! — fué lo primero que dijo ,—tenemos que hablar de cosas muy importantes; vamos a tu despacho.
Capitán Tiago se puso inquieto, perdió el uso de la palabra , pero obedeció y siguió detrás del colosal sacerdote, que cerró detrás de sí la puerta .
Mientras conferencian en secreto , averigüemos que se ha hecho de fray Sibyla.
El sabio dominico no está en la casa parroquial: muy temprano, después de decir misa , se fué al convento de su orden, situado a la entrada de la puerta de Isabel II o de Magallanes, según qué familia reina en Madrid.
Sin hacer caso ni del rico olor à chocolate, ni del ruido de cajones y monedas , que venía de la procuración, y contestando apenas al respetuoso y deferente saludo del hermano procurador, fray Sibyla subió, atravesó algunos corredores y llamó á una puerta con los nudillos de los dedos.
—¡Adelante! — suspiró una voz .
—¡Dios devuelva å vuestra reverencia la salud!— fué el saludo del joven dominico al entrar.
Sentado en un gran sillón se veía á un viejo sacerdote, demacrado, algo amarillento, como esos santos que pintó Rivera. Sus ojos se hundían en las ahuecadas órbitas, coronadas de pobladísimas cejas, que , por estar contraídas casi siempre, aumentaban el intenso brillo de aquéllos.
El padre Sibyla le contempló conmovido, cruzados los brazos debajo del venerable escapulario de Santo Domingo. Después dobló la cabeza sin decir una palabra y pareció aguardar.
—¡Ah! — suspiró el enfermo , -me aconsejan la operación . Hernando, ¡la operación a mi edad! ¡El país, este terrible país! ¡Escarmienta en mí, Hernando!
Fray Sibyla levantó lentamente los ojos y los fijó en la fisonomía del enfermo:
-¿Y que ha decidido vuestra reverencia? -preguntó.