—¡Le prueba San Diego mejor, primo! - observó la tia Isabel; —además, la casa que allá tenemos es mejor; y se acerca la fiesta .
María Clara quería dar un abrazo á su tía, pero oyó parar un coche y se puso pálida.
— ¡Ah, es verdad !— contesto capitán Tiago, y cambiando de tono, añadió:
—Don Crisóstomo!
María Clara dejó caer la labor que tenía entre las manos; quiso moverse, pero no pudo: un estremecimiento nervioso recorría su cuerpo. Se oyeron pasos en las esca leras, y después, una voz fresca, varonil . Como si esta voz hubiese tenido un poder mágico , la joven se sustrajo á su emoción y echóse á correr, escondiéndose en el oratorio donde estaban los santos. Los dos primos se echaron á reir, é Ibarra oyó aún el ruido de una puerta que se cerraba.
Pálida, respirando aceleradamente, la joven se comprimió el palpitante seno y quiso escuchar. Oyó la voz, aquella voz tan querida, que hacía tiempo solo oía en sueños; él preguntaba por ella. Loca de alegría besó al santo que encontró más cerca, á San Antonio Abad ¡santo feliz, en vida y en madera, siempre con hermosas tentaciones! Después buscó un agujero , el de la cerradura, para verle y examinarle: y sonreía , y cuando su tía la sacó de su contemplación, sin saber lo que se hacía , se colgó del cuello de la anciana y la llenó de repetidos besos.
—Pero, tonta, ¿qué te pasa ? - pudo al fin decir la anciana enjugándose una lágrima de sus marchitos ojos.
María Clara se avergonzó y se tapó los ojos con el redondo brazo.
—¡Vamos, arréglate, ven!— añadió la anciana en tono cariñoso. —Mientras él habla con tu padre de ti... Ven, y no te hagas esperar.
La joven se dejó llevar como una niña, y allá se encerraron en su aposento.
Capitán Tiago é Ibarra hablaban animadamente cuando apareció la tía Isabel, medio arrastrando a su sobrina, que dirigía la vista á todas partes, menos a las personas...
¿Qué se dijeron aquellas dos almas, que se comunica ron en ese lenguaje de los ojos, más perfecto que el de los labios, lenguaje dado al alma para que el sonido no turbe