de maltratar al pobre coadjutor, ha hecho desenterrar el cadáver у sacarlo fuera del cementerio para enterrarlo no sé dónde. El pueblo de San Diego ha tenido la cobardía de no protestar; verdad es que muy pocos lo supieron : el muerto no tenía ningún pariente, y su único hijo está en Europa ; pero 8. E. lo ha sabido y, como es hombre de recto corazón, ha pedido el castig ... y el padre Dámaso fué trasladado á otro pueblo mejor. He ahí todo. Ahora haga V. R. sus distinciones
Y dicho esto , se alejó del grupo .
—Siento mucho haber tocado, sin saberlo , una cuestión tan delicada —dijo el padre Sibyla con pesar . — Pero, al fin , si se ha ganado con el cambio de pueblo... —¡Qué se ha de ganar! Y ¿lo que se pierde en los traslados... y los papeles... y las., y todo lo que se extravía? interrumpió balbuciente , sin poder contener su ira, fray Dámaso .
Poco a poco volvió la reunión á su antigua tranquilidad .
Habían llegado otras personas, entre ellas un viejo español , cojo , de fisonomía dulce é inofensiva , apoyado en el brazo de una vieja filipina, llena de rizos y pinturas y vestida á la europea , El grupo les saludó amistosamente; el doctor de Espadaña y su señora, la doctora doña Victorina, se sentaron entre nuestros conocidos. Veíase á algunos periodistas y almaceneros saludarse , discurrir de un lado a otro sin saber qué hacer.
—Pero ¿me puede usted decir, señor Laruja, qué tal es el dueño de la casa?—preguntó el joven rubio . — Yo todavía no he sido presentado .
—Dicen que ha salido: yo tampoco le he visto .
—¡Aquí no hay necesidad de presentaciones! — intervino fray Dámaso . — Santiago es un hombre de buena pasta .
—Un hombre que no ha inventado la pólvora , -añadió Laruja.
— ¡También usted , señor de Laruja !—exclamó con meloso reproche doña Victorina, abanicándose. — ¡Cómo podía el pobre inventar la pólvora, sí , según dicen, la habían ya inventado los chinos siglos hace? -¿Los chinos ? ¿Está usted loca?-exclamó fray Dáma