El joven rubio principio á mirar con inquietud á todas partes. —Señores, —dijo en voz baja, —creo que estamos en casa de un indio; esas señoritas... —¡Bah! ¡no sea usted tan aprensivo! Santiago no se considera indio, y además, no está presente y ... ¡aunque estuviera! Esas son tonterías de los recién venidos. Deje que pasen algunos meses; cambiará de opinión cuando haya frecuentado muchas fiestas y bailujan[1], dormido en los catres y comido mucha tinola.
—¿Es acaso eso que usted llama tinola una fruta de la especie del loto que vuelve a los hombres... asi... como olvidadizos?
—¡Qué loto ni qué lotería! — contestó riendo el padre Dámaso ;—está usted tocando el bombo. Tinola es un gulai [2] de gallina y calabaza. ¿Cuánto tiempo hace que ha llegado usted?
—Cuatro días, -profirió el joven algo picado.
—¿Viene como empleado?
—No, señor: vengo por cuenta propia para conocer el país.
—¡Hombre, qué pájaro más raro! -exclamó fray Dámaso mirándole con curiosidad. — ¡Venir por cuenta propia y por tonterías! ¡Qué fenómeno! Habiendo tantos libros... con tener dos dedos de frente... muchos han escrito así grandes libros! Con tener dos dedos de frente...
-Decía vuestra reverencia, padre Dámaso ,-interrumpió bruscamente el dominico cortando la conversación,—que ha estado vuestra reverencia veinte años en el pueblo de San Diego y lo ha dejado... ¿No estaba vuestra reverencia contento del pueblo?
Fray Dámaso, a esta pregunta, hecha con un tono tan natural y casi negligente, perdió repentinamente la alegría y dejó de reír.
—¡No! - gruñó secamente, y se dejó caer con violencia contra el respaldo del sillón .
El dominico prosiguió en tono más indiferente aun :
—Doloroso debe ser dejar un pueblo donde se ha estado veinte años, y que se conoce como el hábito que se lle-