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-¡Si, pero entonces estaba un poco bebido!

Apenas acabada de decir esto, cuando vieron a la loca, arrastrada más bien que conducida por un soldado: Sisa oponía resistencia.

-¿Por qué la prendéis? ¿Qué ha hecho? -preguntó Ibarra.

-¿Qué? ¿No habéis visto cómo ha alborotado ? -contestó el custodio de la públlca tranquilidad.

El lazarino recogió precipitadamente su cesto y se alejó.

Maria Clara quiso retirarse, pues había perdido la alegría y el buen humor.

-¡También hay gentes que no son felices! -murmuraba.

Al llegar a la puerta de su casa, sintió aumentar su tristeza al ver que su novio se negaba a subir y se despedía.

-¡Es necesario!-decía el joven.

María Clara subió las escaleras pensando en lo aburridos que son los días de fiesta, cuando vienen las visitas de los forasteros.


XXVIII

CORRESPONDENCIAS

Cada cual habla de la feria según le va en ella.

No habiendo sucedido nada importante para nuestros personajes, ni en la noche de la víspera ni al siguiente día, saltaríamos gustosos al último, si no considerásemos que acaso algún lector extranjero desee conocer cómo celebran sus fiestas los filipinos. Para esto copiaremos al pie de la letra varias cartas, una de ellas la del corresponsal de un serio y distinguido periódico de Manila, venerable por su tono y alta severidad. Nuestros lectores rectificarán algunas ligeras y naturales inexactitudes.

El digno corresponsal del noble periódico escribía así:

« Sr. Director ...

» Mi distinguido amigo: Jamás presencié, ni espero ver en provincias, fiesta religiosa tan solemne, espléndida y conmovedora como la que se celebra en este pueblo por los MM , RR . y virtuosos PP. Franciscanos.

» La concurrencia es grandísima; aquí he tenido la feli