puntos. ¡Va á ser en grande! ¡Va á ser en grande! Pero tomen ustedes chocolate. Este año no nos pelará capitán Tiago, como el pasado; no ha costeado más que tres misas de gracia y yo tengo un mutya [1] de cacao. Y ¿cómo está la familia?
—¡Bien, bien! ¡gracias!— contestaban los forasteros: y ¿el padre Dámaso ? —El padre Dámaso predicará por la mañana y tallara con nosotros por la noche. —¡Mejor, mejor! ¡ No hay entonces peligro ninguno! —¡Seguros, estamos seguros! ¡El chino Carlos suelta además!
Y el hombre rechoncho hace con sus dedos un ademán, como quien cuenta monedas.
Fuera del pueblo, los montañeses, los kasamá, [2] se ponen los mejores trajes para llevar a casa de los socios capitalistas bien cebadas gallinas, jabalíes, venados, aves; éstos cargan en los pesados carros leña, aquéllos frutas, plantas aéreas, las más raras que crecen en el bosque: otros llevan bigâ [3] de anchas hojas, tikas tikas [4] con flores de color de fuego para adornar las puertas de las casas.
—Pero donde reina la mayor animación , que ya raya en tumulto , es allá, sobre una especie de ancha meseta á algunos pasos de la casa de Ibarra. Rechinan poleas, óyense gritos, el ruido metálico de la piedra que se pica, el martillo que clava un clavo, el hacha que labra la viga. Cava la tierra una muchedumbre y abre un ancho y profundo foso; otros ponen en fila piedras sacadas de las canteras del pueblo, descargan carros , amontonan arena , disponen tornos y cabrestantes...
—¡Aquí! ¡allá eso! ¡Vivo!—gritaba un viejecillo de fisonomía animada é inteligente, que tenía por bastón un metro con cantos de cobre, al cual va arrollada la cuerda de una plomada. Era el maestro de obras, ñor Juan , arquitecto, albañil, carpintero, blanqueador, cerrajero , picapedrero y en ocasiones escultor.
—Es menester terminarlo ahora mismo! ¡Mañana no se puede trabajar y pasado mañana es la cermonia! ¡Vivo!