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—¡Le creo á usted!—exclamó estrechándole la mano.—No en vano esperaba un buen consejo. Hoy mismo iré á franquearme con el cura, que al fin y al cabo no me ha hecho ningún mal y que debe ser bueno, pues no todos son como el perseguidor de mi padre. Tengo además que interesarle en favor de esa desgraciada loca y de sus hijos: confío en Dios y en los hombres.

Despidióse del viejo y, montando á caballo, partió.

—¡Atención !—murmuró el pesimista filósofo siguiéndole con la mirada ;—observemos bien como desarrollará el destino la comedia que ha empezado en el cementerio.

Esta vez estaba verdaderamente equivocado; la comedia había empezado mucho antes.


XXVI

LA VÍSPERA DE LA FIESTA

Estamos á diez de Noviembre, la víspera de la fiesta. Saliendo de la monotonía habitual, el pueblo se entrega á una actividad incomparable en la casa, en la calle, en la iglesia, en la gallera y en el campo: las ventanas se cubren de banderas y damascos de varios colores; el espacio se llena de detonaciones y música ; el aire se impregna y satura de regocijos.

Diferentes confituras de frutas del país en dulceras de cristal de alegres colores va ordenando la dalaga en una mesita, que cubre blanco mantel bordado. En el patio pían pollos, cacarean gallinas, gruñen cerdos, espantados ante las alegrías de los hombres. Los criados suben y bajan llevando doradas vajillas, cubiertos de plata: aquí se riñe porque se rompe un plato, allá se ríen de la simple campesina: en todas partes se manda, se cuchichea, se grita, se hacen comentarios, conjeturas, ni animan unos a otros, y todo es confusión , ruido y bullicio. Y todo este afán y toda esta fatiga es por el huésped conocido ó desconocido; es para agasajar a cualquiera persona que quizás no se haya visto jamás, ni se dejará ya más ver después; para que el forastero, el extranjero, el amigo, el enemigo, el filipino, el español , el pobre, el rico salgan contentos y satisfechos; no se les pide siquiera gratitud, ni se espera de ellos que no dañen a la hospitalaria familia durante ó