patria; amo á España, la patria de mis mayores, porque, á pesar de todo, Filipinas le debe y le deberá su felicidad y su porvenir; soy católico, conservo pura la fe de mis padres, y no veo por qué había de bajar la cabeza, cuando la puedo levantar, entregarla á mis enemigos cuando los puedo hollar.
—Porque el campo en donde usted quiere sembrar está en poder de sus enemigos, y contra ellos no tiene usted fuerza... Es necesario que bese usted primero esa mano que...
Pero el joven no le dejó continuar y exclamó arrebatado:
—|Besar! Pero usted olvida que entre ellos han matado á mi padre, le han arrojado de su sepulcro... pero yo que soy el hijo no lo olvido, y si no le vengo, es porque miro por el prestigio de la religión.
El viejo filósofo bajó la cabeza.
—Señor Ibarra,—repuso lentamente;—si conserva usted esos recuerdos, recuerdos cuyo olvido no le puedo aconsejar, abandone las empresas que intenta y busque en otra parte el bien de sus paisanos. La empresa pide otro hombre, porque, para llevarla á cabo, no sólo se necesita tener dinero y querer; en nuestro país se requieren además abnegación, tenacidad y fe, porque el terreno no está preparado; sólo está sembrado de cizaña.
Ibarra comprendía el valor de estas palabras, pero no debía desanimarse; el recuerdo de María Clara estaba en su mente: era preciso realizar su oferta.
—¿No le sugiere su experiencia más que ese duro medio?—preguntó en voz baja.
El viejo le cogió del brazo y le llevó a la ventana. Un viento fresco, precursor del norte, soplaba; á sus ojos se extendía el jardín, limitado por el extenso bosque que servía de parque.
—¿Por qué no hemos de hacer lo que ese débil tallo, cargado de rosas y capullos?—dijo el filósofo, señalando un hermoso rosal.—El viento sopla, le sacude, y él se inclina como ocultando su preciosa carga. Si el tallo se mantuviese recto, se rompería, el viento esparciría las flores, y los capullos se malograrían. El viento pasa y el tallo vuelve a erguirse, orgulloso con su tesoro: ¿quién le acusará de haberse plegado ante la necesidad? Allá vea