conciso y á no decir más que lo justo y necesario; este trabajo, además, me hace compañía, cuando mis huéspedes de la China y del Japón se marchan.
—¿Cómo?
—¿No les oye usted? Mis huéspedes son las golondrinas; este año falta una; algún mal muchacho chino ó japonés debe haberla cogido.
—¿Cómo sabe usted que vienen de esos países?
—Sencillamente: hace algunos años, antes de partir, les ataba al pie un papelito con el nombre de Filipinas en inglės, suponiendo que no debían ir muy lejos, y porque el inglés se habla en casi todas las regiones. Durante años, mi papelito no obtuvo contestación, hasta que últimamente lo hice escribir en chino , y he aquí que el Noviembre siguiente vuelven con otros papelitos que hice descifrar; el uno estaba escrito en chino y era un saludo desde las orillas del Hoang ho, y el otro, supone el chino á quien consulté, debe ser japonés. Pero le estoy á usted entreteniendo con estas cosas y no le pregunto en qué puedo serle útil.
—Venía á hablarle de un asunto de importancia,—contestó el joven:—ayer tarde...
—¿Han preso á ese desgraciado?—interrumpió el viejo lleno de interés.
—¿Habla usted de Elías? ¿Cómo lo ha sabido usted?
—He visto á la Musa de la guardia civil.
—¡La Musa de la guardia civil! Y ¿quién es esa Musa?
—La mujer del alférez, á quien usted no invitó a su fiesta. Ayer mañana se divulgó por el pueblo lo sucedido con el caimán. La Musa de la guardia civil tiene tanta penetración como malignidad, y supuso que el piloto debía ser el temerario que arrojó á su marido al charco y apaleó al padre Dámaso; y como ella lee los partes que debe recibir su marido, apenas hubo llegado éste á su casa borracho y sin juicio, despachó, para vengarse de usted, al sargento con los soldados a fin de que turbaran la alegría de la fiesta. ¡Tenga usted cuidado! Eva era una buena mujer salida de las manos de Dios... ¡Doña Consolación dicen que es mala y no se sabe de qué manos vino! La mujer, para poder ser buena, necesita haber sido siquiera una vez ó doncella ó madre.