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frondoso cañaveral: de él salían alegres y femeniles acentos. Adornábanle hojas de palma, flores y banderas. Más allá vió un puente de caña y á lo lejos á los hombres bañándose, mientras una multitud de criados y criadas bullían alrededor de improvisados kalanes, atareados en desplumar gallinas, lavar arroz , asar lechón , etc. Y allá, en la orilla opuesta, en un claro que habían hecho, se reunían muchos hombres y mujeres bajo un techo de lona, colgado en parte de las ramas de los árboles seculares, en parte de estacas nuevamente levantadas. Allí estaban el alférez, el coadjutor, el gobernadorcillo, el teniente mayor, el maestro de escuela y muchos capitanes y tenientes pasados , hasta capitán Basilio, el padre de Sinang, antiguo adversario del difunto don Rafael en un viejo litigio. Ibarra le había dicho: « Discutimos un derecho, y discutir no quiere decir ser enemigo.» Y el célebre orador de los conservadores aceptó con entusiasmo la invitación del joven.

El cura fué recibido con respeto y deferencia por todos, hasta por el alférez.

-Pero ¿de dónde viene vuestra reverencia?-preguntóle éste al ver su cara llena de rasguños y su hábito cubierto de hojas y pedazos de ramas secas.- ¿Se ha caído vuestra reverencia?

-¡No, me he extraviado!- contestó el padre Salvi, bajando los ojos para examinar su traje.

Se abrían frascos de limonadas, se partían cocos verdes para que los que salían del baño bebiesen su agua fresca y comiesen su tierna carne, más blanca que la leche; las jóvenes recibían además un rosario de sampagas, entre mezcladas de rosas é ilang ilang, que perfumaban la suelta cabellera . Sentábanse o recostábanse en las hamacas, suspendidas de las ramas, ó se entretenían jugando alrededor de una ancha piedra, sobre la cual se veían naipes, tableros, libritos, sigüeyes y pedrezuelas.

Enseñáronle al cura el caimán, pero al parecer estaba distraído y sólo prestó atención cuando le dijeron que aquella ancha herida la había hecho Ibarra. Por lo demás no era posible ver al célebre y desconocido piloto; había desaparecido ya antes de la llegada del alférez.

Al fin salió María Clara del baño, acompañada de sus amigas, fresca como una rosa en su primera mañana cuando brilla el rocío, con chispas de diamante, en los divinos