voz argentina, mientras la alegre repetía: « ¡Sí, celos, celos!» y reía á carcajadas.
—Si yo tuviera celos, en vez de hacerme invisible a mí, le haría á él para que nadie le pudiese ver.
—Pero tú tampoco le verías, y eso no está bien. Lo mejor es que si encontramos el nido, se lo regalemos al cura: así puede vigilarnos á nosotras sin que tengamos necesidad de verle, ¿no te parece?
—Yo no creo en los nidos de las garzas,—contestaba otra voz,—pero si alguna vez tuviese celos, ya sabría vigilar y hacerme invisible...
—Y ¿cómo? ¿cómo? ¿Acaso como sor Escucha?
Alegres carcajadas provocó este recuerdo de colegiala.
—¡Ya sabes cómo se la engaña á sor Escucha!
El padre Salví vió desde su escondite à María Clara, á Victoria y á Sinang recorriendo el río. Las tres andaban con la vista en el espejo de las aguas, buscando el misterioso nido de la garza: iban mojadas hasta la rodilla, dejando adivinar en los anchos pliegues de sus sayas de baño las graciosas curvas de sus piernas. Llevaban la cabellera suelta y los brazos desnudos, y cubría el busto una camisa de anchas rayas y alegres colores. Las tres jóvenes, á la vez que buscaban un imposible, recogían flores y legumbres que crecían en la orilla.
El Acteón religioso contemplaba pálido é inmóvil á aquella púdica Diana; sus ojos, que brillaban en las obscuras órbitas, no se cansaban de admirar aquellos blancos y bien modelados brazos, aquel cuello elegante con el comienzo del pecho; los diminutos y rosados pies, que jugaban con el agua, despertaban en su empobrecido ser extrañas sensaciones y hacían soñar en nuevas ideas á su ardiente cerebro.
Tras un recodo del riachuelo , entre espesos cañaverales, desaparecieron aquellas dulces figuras y dejaron de oirse sus crueles alusiones . Ebrio, vacilante, cubierto de sudor, salió el padre Salvi de su escendite y miró en torno suyo con ojos extraviados. Detúvose inmóvil, dudoso; dió algunos pasos como si tratase de seguir a las jóvenes, pero volvió y, andando por la orilla, trató de buscar el resto de la comitiva.
A alguna distancia de allí vió en medio del arroyo una especie de baño, bien cercado, cuyo techo lo formaba un