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Con gran sorpresa y á pesar de los gritos de todos, el piloto salto dentro del encerradero.

—¡Lleváos este cuchillo!- le gritó Crisóstomo sacando una ancha hoja toledana.

Pero ya el agua subía en forma de mil surtidores y el abismo se cerro misterioso.

—¡Jesús, María José!—exclamaban las mujeres.—Vamos a tener una desgracia. ¡Jesús, María José!

—No tengáis cuidado, señoras,—les decía el viejo banquero;—si hay en toda la provincia uno que lo puede hacer, ese es él.

—¿Cómo se llama ese hombre? —preguntaron.

—Nosotros le llamamos el Piloto: es el mejor que he visto; sólo que no ama el oficio.

El agua se movía , el agua se agitaba: parecía que en el fondo se trababa de una lucha; vacilaba el cerco. Todos callaban y contenían la respiración . Ibarra apretaba con mano convulsiva el puño del agudo cuchillo.

La lucha pareció terminarse. Asomóse por encima la cabeza del joven, que fué saludado con gritos alegres: los ojos de las mujeres estaban llenos de lágrimas.

El piloto trepó llevando en la mano el extremo de la cuerda, y una vez en la plataforma tiró de ella.

El monstruo apareció: tenía la soga atada en forma de doble banda por el cuello y debajo de las extremidades anteriores. Era grande, como ya lo había anunciado León, pintado, y sobre sus espaldas crecía verde musgo, que es á los caimanes lo que las canas a los hombres. Mugía como un buey, azotaba con la cola las paredes de caña, se agarraba á ellas , y abría las negras y tremendas fauces, descubriendo sus largos colmillos.

El piloto le izaba solo : nadie se acordaba de ayudarle.

Fuera ya del agua y colocado sobre la plataforma, púsole el pie encima, con robusta mano cerro sus descomunales mandíbulas y trató de atarle el hocico con fuertes nudos. El reptil tentó un nuevo esfuerzo, arqueó el cuerpo, batió el suelo con la potente cola , y, escapándose, se lanzó de un salto al lago, fuera del corral, arrastrando a su domador. El piloto era hombre muerto; un grito de horror se escapó de todos los pechos.

Rápido como el rayo , cayó otro cuerpo al agua; apenas tuvieron tiempo de ver que era Ibarra . Maria Clara no se